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15 de abril de 2017

Video de Coral Herrera en el curso #NosQueremosVivas, de Nociones Comunes




Aquí mi vídeo con la ponencia que impartí en Madrid, en la Librería Traficantes de Sueños. Forma parte del curso #NosQueremosVivas que organizó el Aula Nociones Comunes. En este link tenéis todas las sesiones que impartieron las Kellys, StopGordofobia, Rita Segato y otras compañeras sobre la violencia de género:
https://www.traficantes.net/nociones-com…/nos-queremos-vivas

6 de marzo de 2017

Feminismo sin etiquetas, ni dicotomías, ni jerarquías

No sé a quién se le ha ocurrido etiquetar a la gente monógama como reaccionaria y a la gente poliamorosa como subversiva y feminista. Cualquier dicotomía es patriarcal: cis-trans, hetero-lesbiana, poliamorosa-monógama. La poliamoría puede ser tan patriarcal o más que la monogamia. 

Ser cis no te convierte en machista. Las lesbianas pueden ser tan patriarcales o más que las heteros. 

Ser feminista no tiene que ver con tu orientación sexual, ni con tus apetencias, sino con tu capacidad para ser coherente, para ser honesta, y para llevar la teoría a la práctica. 

Despatriarcalizarse es un trabajo personal y colectivo que puede hacer todo el mundo, y consiste precisamente en no juzgar a las demás ni utilizar etiquetas para discriminar a la gente por su origen, nacionalidad, color de piel, orientación sexual o por su forma de amar. 

Ser poliamorosas no nos hace más modernas ni más transgresoras, ser lesbianas no nos quita automáticamente la educación patriarcal que hemos recibido ni el pensamiento binario con el que entendemos el mundo y nos relacionamos con los demás. 

El feminismo consiste precisamente en poder liberarnos de las etiquetas, las dicotomías y las jerarquías que establecen quién es mejor, quién trasgrede más, quién es más o menos feminista o qué modelo amoroso es el más subversivo. 

Vamos a liberarnos de estas nuevas opresiones, vamos más allá de las etiquetas.

3 de febrero de 2017

Educación para el amor desde el feminismo y la diversidad

Tenemos que proteger a las niñas y las adolescentes del mito del amor romántico. Es urgente que les demos herramientas desde la más tierna infancia para que aprendan a distinguir entre la ficción y la realidad, a cuestionar la magia del amor, a analizar los mitos desde una perspectiva crítica, a despatriarcalizar las emociones, y a construir relaciones igualitarias, sanas y bonitas. 

No es justo dejarlas indefensas frente a la ideología que les seduce y les hace creer que el amor es la salvación y la solución, y que no es el amor entre nosotras, sino el amor hacia un hombre. Porque cuando se hacen adultas siguen consumiendo fantasías románticas, y configuran sus vidas en torno a la necesidad de sentirse amadas. 

Nos pasa a casi todas. Cuando nos hacemos adultas ya no creemos en el Ratoncito Pérez ni en Papa Noel, pero seguimos creyendo que el amor nos hará felices, será perfecto, y durará toda la eternidad. Nuestros sueños y nuestros proyectos se abandonan o se dejan para después porque nosotras no somos lo importante: ponemos el amor en el centro de nuestras vidas, y en eso se nos van las energías y el tiempo, en tratar de encontrar a nuestra media naranja. 

Hay millones de mujeres en el planeta que viven en ese mundo de ilusión y decepción constante, que dependen económica y emocionalmente de un hombre, que creen que sin pareja no son nadie, que no se sienten capaces de arreglar sus problemas por si solas, que aguantan malos tratos en nombre del amor, que se sienten inferiores, que creen que obedeciendo serán más amadas, que creen que para ser amada hay que sufrir, que piensan que la felicidad está en esperar pasivamente la llegada del príncipe azul. 

Como no nos enseñan en las escuelas, luego nos hacen falta muchos años de terapia y de duro trabajo personal para poder desaprender todo lo que aprendimos con los cuentos que nos cuentan. Si nos vacunasen contra esta magia podríamos acabar con tantas decepciones y sufrimientos, tantos embarazos prematuros, tantos sueños abandonados, tantas vidas rotas, y tanta violencia machista. 

Los niños y los adolescentes también necesitan herramientas para perderle el miedo al amor, para aprender a expresar sus emociones, para desaprender el machismo que aprenden en la televisión y en la cultura del entretenimiento. 

Los niños tienen que poder defenderse de la mitificación del macho violento, necesitan otros héroes y otros modelos de masculinidad para que aprendan a resolver sus problemas sin utilizar la violencia. Los niños tienen derecho a sentirse libres para vestirse como quieran, para llorar si lo necesitan, para pedir ayuda cuando se sienten tristes, para mostrar su vulnerabilidad sin miedo a las burlas. Los niños necesitan aprender a cuidarse y a cuidar a los demás, a respetar a las niñas y a si mismos, a dejar de considerar que las niñas son seres inferiores que han nacido para amar y para servir a los hombres. 

Los niños y adolescentes necesitan herramientas para gestionar sus emociones, y para aprender a relacionarse de un modo igualitario, en horizontal, sin jerarquías y sin esquemas de dominación ni sumisión. Necesitan mucho feminismo para aprender a ser seres autónomos que no dependan de su madre o de su novia, que no necesiten criadas, que no necesiten ser obedecidos. Necesitan amar y respetar la diversidad para que cualquiera de ellos puedan amar a otros hombres sin ser discriminados. 

Necesitamos mucho feminismo en las escuelas para aprender a querernos bien, para amarnos más y mejor, para poder alejarnos del modelo tradicional del romanticismo patriarcal y sus paraísos imposibles. Por eso es tan importante aprender a pensar por nosotros mismos, con perspectiva de género y con capacidad para analizar cualquier mensaje desde la crítica, visibilizar la ideología que subyace a los contenidos mediáticos, y así desmontar todos los cuentos que nos cuentan. 

Hay que desaprenderlo todo, resistir ante el bombardeo del romanticismo patriarcal, generar espacios de ternura, libres de machismo y llenos de solidaridad, cooperación, y ayuda mutua. Reinventarnos el amor, probar otras formas de querernos, imaginar otras estructuras sentimentales para poder sufrir menos, y disfrutar más del amor. 


 .
Coral Herrera Gómez


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30 de diciembre de 2016

A otra cosa, mariposa: consejos feministas para romper con tu pareja





Duchas de agua fría, hacer deporte, mantenerse ocupada, estar acompañada de las mejores amigas, hacerse un viaje, escribir un diario, reforzar tu autoestima, pedir ayuda profesional, hacer meditación y yoga, dar largos paseos… son muchos los consejos que nos damos unas a otras para desintoxicarnos cuando estamos muy enganchadas de alguien que no nos ama. 

Desenamorarse es muy duro porque es un proceso muy parecido al de dejar una adicción (tabaco, alcohol, drogas, juegos y apuestas, etc): es luchar contra nuestro deseo de estar cerca de nuestra droga. Nuestro cuerpo tiene que borrar el deseo de nuestra piel y sudar mucho para eliminar toda la toxicidad del amor. Y es que en esos momentos tan difíciles, nuestra mente tiene que ponerse limites, auto-censurarse, contenerse, darse buenos consejos para no ir corriendo a pedir clemencia de rodillas.

Para desvincularte emocionalmente de alguien, es fundamental tener una cosa muy clara: el amor ni se mendiga, ni se exige. Si no hay amor, entonces mejor dejar la relación, hacer un ritual de despedida como quien entierra a un ser querido, y hacer un proceso de aceptación de la Realidad. 

Es importante también poder desconectarse: la amistad puede llegar al cabo de muchos meses o años, pero para poder ser amigos primero hay que llegar a la desconexión total, y mantenerse así un tiempo hasta que logramos sacarnos a la otra persona de la cabeza, y empezamos a rehacer nuestras vidas.

La idea es aguantar sin llamar, sin guasapear, sin chatear, sin mensajear sabiendo que el otro o la otra van a estar bien. Nosotras también vamos a estar bien, y no hay que buscar excusas para  romper la desconexión. Si necesitamos un hombro para llorar, ahí tenemos a las amigas y los amigos: los ex y las ex no son las personas más indicadas para consolarte.

Estos son los consejos que le doy a mis amigas y que me doy a mi misma en una ruptura: hay que separarse con amor, cuidarse mucho (a ti y a la otra persona), quererse mucho a una misma, ser sensata, ser realista, mirar hacia delante siempre, mantener la dignidad, intentar no ser egoísta, y evitar las luchas de poder y las guerras. 

Sin embargo, lo que a mí me ha funcionado de verdad es aplicarle el feminismo al proceso de ruptura. Es fácil, sólo hay que hacerse un par de preguntas: ¿cómo nos quiere el patriarcado?, y ¿le voy a dar el gusto?. El patriarcado nos quiere tristes, deprimidas, débiles, frágiles, vulnerables, hechas polvo, sin energías, esperanzadas, emparanoiadas, entretenidas con fantasías, aferradas al pasado, solas, rivalizando entre nosotras, pendientes y dependientes de un hombre.

Al patriarcado le encanta que las mujeres concentremos nuestras energías y nuestro tiempo en llorar, en lamentarnos, en auto-engañarnos, en buscar amor. Porque así somos más sumisas: cuanto más necesitamos al hombre al que amamos, menos libres somos para juntarnos y separarnos. Cuanto más solas nos sentimos, más ganas tenemos de entregarnos y darnos por completo. Cuanto más enamoradas estamos, más entretenidas estamos, y más a lo nuestro estamos.

Las mujeres cuando estamos alegres, unidas, empoderadas, con energía, enfocadas en lo que queremos, somos peligrosas: se nos puede ocurrir cualquier barbaridad, como por ejemplo luchar por nuestros derechos y libertades en todo el mundo.

Así que si el patriarcado nos quiere ver sufriendo y destrozadas porque el hombre al que amamos no nos ama, la mayor rebeldía contra el patriarcado consiste en estar bien.

Aplicar el feminismo al desamor supone que en lugar de perder el tiempo esperando a que el otro nos quiera, lo que hacemos es ponernos activas, y trabajar por nuestro bienestar y nuestra felicidad, la propia y la de las demás. Es fundamental tener siempre a tu tribu de gente querida, tengas o no tengas pareja, para que tu vida siga siendo la misma siempre y no te sientas sola. La clave está, pues, en diversificar afectos, y en tener una buena red de mujeres cerca que te acompañen. 

Juntarnos para celebrar, para acompañarnos, para aprender juntas, para crear redes de afecto es lo verdaderamente revolucionario. Tirar hacia delante, no hundirse, no quedarse esperando a que suceda el milagro cuando un hombre nos rechaza o deja de amarnos, es una forma de resistencia al patriarcado que podemos practicar todas desde nuestras trincheras. 


Hacer redes de afecto y solidaridad frente a la soledad, querernos bien a nosotras mismas, aceptar que el otro no nos ama y que no se acaba el mundo es un acto de resistencia feminista. Cuando la persona a la que amamos no nos corresponde, cuando nos rechaza, cuando no nos trata bien, cuando nos está haciendo daño, cuando juega con nuestros sentimientos, o cuando rompe la relación, lo mejor siempre es aceptar, pasar el duelo, y tirar hacia delante, porque el tiempo todo lo cura, porque no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista, y porque no hay otro camino que ir hacia delante.  

Si no nos quieren, entonces es mejor soltar, echar a volar, y a otra cosa, mariposa. 

Coral Herrera Gómez



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11 de diciembre de 2016

Sobre las heroínas de nuestro tiempo presente



Los héroes de Occidente son admirados por su capacidad para jugar con una pelota, las heroínas por sus habilidades para cantar y bailar. Poca cosa en comparación con estas mujeres que luchan para defender la naturaleza y los animales, y trabajan a diario por la supervivencia, la libertad, la dignidad y los derechos de sus pueblos. 

Ellas no son veneradas por millones de personas como es el caso de Messi o Shakira, pero hacen mucho más por la Humanidad y por el mundo que los famosos. Son mujeres valientes, sensibles, luchadoras y sabias que deberían ser un ejemplo a seguir para nuestros niños y niñas, y para nosotras mismas:


http://www.eldiario.es/desalambre/Fotogaleria-Heroninas-indigenas_12_236346364.html

9 de diciembre de 2016

La paternidad en Costa Rica, según el BCR





Cuando llegué a Costa Rica me impactó mucho ver a tantas madres jóvenes con hijos e hijas por la calle, en el bus, en la puerta de los colegios, en el médico, en el parque. Apenas se ven padres con niños, y cuando se ven, llaman la atención. No pasan desapercibidos. La mayor parte de los hogares familiares están formados por abuelas jóvenes, madres jóvenes y sus hijos e hijas, aunque los publicistas siempre nos quieren vender la idea de que en Costa Rica la familia más común es aquella formada por una mamá y un papá sonrientes posando con un niño y una niña, los cuatro muy blanquitos y felices. 

Muchas de mis amigas ticas crecieron sin papá. Algunas lo llevan bien, porque se criaron en un hogar con mucho amor y sus madres y abuelas lucharon mucho para darles lo mejor. Otras se sienten rechazadas y viven con ese dolor: el de no saber quién es su padre, o el de saber quién es sin entender por qué él nunca las quiso. Cada cual se trabaja esa ausencia como puede: algunas con terapia, otras a solas, pero lo cierto es que no es fácil vivir con la idea de que una de las personas que te dio la vida no quiere saber nada de ti. 

En el imaginario colectivo del patriarcado, los hombres más viriles son aquellos que conquistan muchas mujeres y aquellos que presumen de su fertilidad esparciendo sus semillas por el mundo. Para el patriarcado, el amor, los cuidados, la crianza de niños y niñas, y los métodos anticonceptivos son "cosas de mujeres". Los hombres solo gozan, reparten su esperma con generosidad, y presumen de sus trofeos de caza. 

Aunque ya no tanto desde que se les impuso la obligación de pagar la pensión alimenticia. A ninguno se les obliga a querer y cuidar a sus hijos, pero si a pagar la pensión: el segmento de población más pobre de los países en vías de desarrollo son las mujeres solteras con hijos e hijas. Y no es justo que ellos no asuman la parte que les corresponde. 

En Costa Rica hay un enorme debate porque los hombres que tienen muchos hijos tienen que trabajar mucho para poder pagar todas las pensiones, y muchos de ellos protestan porque no quieren mantener los niños y las niñas que ellos mismos hacen. Son los mismos que no quieren ni oír hablar del aborto, ni de la educación sexual, ni de los anticonceptivos, son los mismos que no reconocen los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. 

Hoy se desató una fuerte polémica porque el Banco de Costa Rica publicó un vídeo en el que se refleja esta masculinidad irresponsable: el protagonista es un futbolista guapo y joven que se esconde como un niñato estúpido cuando ve llegar a la madre de su hija con un par de policías, muy enfadada porque no ha pagado la pensión. Sus amiguitos le esconden en una bolsa de pelotas para que pueda salir sin ser visto, y todo es muy divertido, excepto la madre de la niña que es una bruja vestida de rosa: la típica mujer que quiere exprimirte como a un limón y chuparte hasta la última gota de sangre. Una malvada que utiliza a la niña para sacarle la plata al futbolista exitoso que aún no ha llegado a la adultez, que es un cobarde, un mentiroso, un evasor de la ley, un irresponsable, un inmaduro, y un tío sin escrúpulos ni sentimientos hacia la criatura que lleva su apellido. 

Así es como el BCR se burla de un problema nacional tan grave: representando a las madres solteras costarricenses como unas interesadas que quieren vivir a costa de los hombres. Y a los padres solteros costarricenses como unos irresponsables sin escrúpulos, sin sentimientos, sin capacidad para dar amor, ni para cuidar, ni para mantener a sus criaturas. Unos graciosillos que se apoyan entre sí cuando uno de ellos decide incumplir la ley.  

Para los responsables de esta publicidad, la idea era bromear sobre un tema que implica mucho dolor para los hijos e hijas que ven cómo sus padres se esconden cuando tienen que cumplir sus obligaciones, y que tienen que asumir que son una carga para ellos. 

Para nosotras las feministas de Costa Rica, el asunto no tiene gracia: si los hombres no quieren ser padres, que usen condón, que se hagan la vasectomía, que se preocupen por la planificación familiar. Y  si no quieren usar condón, entonces que asuman las consecuencias como hombres adultos que son. 

Si los que gobiernan no quieren obligar al pago de pensiones alimenticias, ni quieren invertir en niños y niñas huérfanas o maltratadas, entonces que garanticen el acceso a métodos anticonceptivos en las clases más humildes, que legalicen el aborto, y que tomen las medidas necesarias para acabar con la pobreza de las mujeres (la precariedad, la brecha salarial, etc). 

Si quieren hacer publicidad machista utilizando a los niños y las niñas, y haciéndonos ver lo malas personas que son los padres costarricenses, que no lo hagan con nuestro dinero: el BCR es una institución pública y tiene que retirar el vídeo, pedir disculpas, y pedir asesoría urgente en temas de género y derechos humanos.  


Coral Herrera Gómez


Para ver el vídeo machista, hagan click aquí

Si quieren emitir una queja, o denunciar, pueden hacerlo aquí

16 de octubre de 2016

El mito de la super woman que puede con todo






Resulta difícil quererse bien a una misma cuando los medios de comunicación nos bombardean a diario con mensajes en los que nos recuerdan lo imperfectas que somos. Resulta difícil, también, no sucumbir a la amenaza de que si somos feas, gordas o viejas nadie nos va a querer (ni el príncipe azul, ni las demás mujeres, ni el mercado laboral).

La industria de la belleza nos impone unos cánones de belleza irreales que muy pocas mujeres logran cumplir (aproximadamente sólo unas ocho mil mujeres en todo el planeta, según Naomi Klein,  periodista e investigadora canadiense). A pesar de ello, somos muchas las que hacemos grandes esfuerzos para mantenernos jóvenes y guapas: invertimos mucho tiempo, energías y recursos en parecernos a las mujeres más bellas del planeta, pero resulta muy frustrante porque no hay fórmulas mágicas para luchar contra el paso del tiempo y la fuerza de la gravedad.

Una gran mayoría de mujeres vive acomplejada por sus carencias e imperfecciones físicas. Vivimos en permanente lucha contra nosotras mismas: contra nuestros kilos de más, nuestras arrugas, y esos pelos que florecen en todas las partes de nuestro cuerpo.

Asumimos las exigencias de la tiranía de la belleza como propias, por eso nos torturamos físicamente con dietas terribles de adelgazamiento, extenuantes sesiones en el gimnasio, invasivos tratamientos de belleza, cirugías peligrosas para modificar nuestros imperfectos cuerpos, etc., y decimos que lo hacemos por nosotras mismas, para sentirnos bien.

Lo perverso de esta tiranía es que somos capaces de poner en peligro nuestra salud e invertir todos o gran parte de nuestros escasos recursos en estar bellas porque así creemos que nos van a admirar y a querer más. Y como nunca logramos parecernos a esas modelos despampanantes, nos sentimos frustradas, y culpables.

En los anuncios nos venden métodos y productos milagrosos, y la filosofía de que todo es posible: sólo tienes que poner de tu parte, tener fuerza de voluntad, desearlo con fuerza, invertir al máximo, y lograrás todo lo que te propongas… No sólo estar bella, sino también ganar la lotería o encontrar a un hombre millonario que se enamore locamente de ti.

Por eso nos sentimos tan mal cuando rompemos con la dieta, cuando dejamos de ir al gimnasio, cuando nos negamos a pasar por el quirófano una vez más. Nos sentimos culpables si no adelgazamos, si se nos caen los pechos, si nuestra piel pierde elasticidad, si no hacemos nuestros sueños realidad. Y al sentirnos culpables, batallamos más contra nosotras mismas y nuestros cuerpos: nunca nos aceptamos tal y como somos, porque (nos dicen) podríamos ser mejores.

En esta guerra que se libra en nuestro interior, tendemos a castigarnos en lugar de dedicar nuestras energías a buscar el placer y el bienestar propio. Y es porque vivimos en una cultura que sublima el sufrimiento y el sacrificio femenino en la que nos convencen de que para estar bella hay que sufrir, y que cuanto mayor es el sacrificio, mayor es la recompensa.

Además de la tiranía de la belleza física, las mujeres tenemos otros monstruos internos y externos que amenazan nuestra autoestima a diario. Vivimos en una sociedad muy competitiva que nos exige estar siempre a la última, que nos motiva a ser las mejores en todo. El mito de la súper mujer o la super woman aparece en todas las revistas de moda, y resulta difícil no compararse  con esas súper madres, súper hijas, súper esposas, súper profesionales que aparecen en los medios de comunicación.

La súper mujer no sólo es exitosa en su vida laboral (no renuncia a ascender en su trabajo y  a dar lo máximo de sí misma a su empresa), sino que también es una gran ama de casa que cocina de maravilla. La súper mujer limpia sin mancharse, cuida a las mascotas, cambia pañales, cose los disfraces para el colegio de los niños, va a la compra, quita la grasa, plancha cerros de ropa, y además tiene tiempo para formarse y reciclarse profesionalmente, cuidarse a sí misma, hacer deporte, acudir a sesiones de terapia, hacer el amor y disfrutar de su pareja.

Las súper mujeres no se cansan, ni se quejan: siempre están de buen humor y tienen energía para levantar un camión si hace falta. Nosotras las admiramos, al tiempo que no podemos evitar sentirnos malas madres, malas trabajadoras, malas hijas y nietas, malas compañeras, malas amigas… porque no llegamos a todo, porque no sabemos cómo ser las mejores en todo, y porque encima nuestra relación de pareja no es tan maravillosa como habíamos soñado. 

La conciliación entre la vida laboral, personal y familiar es otro mito de la posmodernidad que complementa al mito de la super woman según el cual todo es posible: si nos lo proponemos, podemos disfrutar mucho de nuestros diferentes roles sin tener que renunciar a nada. Podemos ser buenas madres, buenas profesionales, buenas esposas, buenas hijas, buenas amigas de nuestras amigas, y todo sin perder la sonrisa.

Sin embargo, la realidad es que la conciliación sólo existe en los países nórdicos, y que por mucho que lo intentemos, no somos esas super mujeres que vemos en la televisión y en la publicidad. Nosotras, las mujeres de carne y hueso, estamos sometidas a una gran presión interna y externa para ser las mejores en todo.

Queremos ser mujeres modernas sin deshacernos de nuestro rol femenino tradicional: queremos cumplir con los mandatos de género para que se nos admire como una “verdadera mujer”, y a la vez, queremos ser tan buenas en todo como cualquier hombre.

La diferencia es que los hombres al salir de su jornada laboral van al gimnasio, y nosotras a nuestra segunda jornada de trabajo en la casa. En las estadísticas es fácil ver como ellos viven mejor gracias a la modernidad: dedican de media una hora al día a las tareas domésticas, y nosotras entre cuatro y cinco.

Esto quiere decir que ellos tienen más tiempo libre, en general, y por tanto tienen mayor calidad de vida. Nosotras seguimos viviendo por y para los demás, y seguimos, de algún modo, sometidas a la tiranía del “qué dirán”. Nuestra condición de mujer tradicional, moderna y posmoderna nos lleva a querer agradar y complacer a los demás, a necesitar la aprobación y el reconocimiento de los demás: sólo así podemos  valorarnos a nosotras mismas.

Nuestro estatus y prestigio está condicionado por los aplausos y la admiración que somos capaces de generar a nuestro alrededor. Como está mal visto que una mujer hable bien de sí misma en público, se espera que seamos humildes y nos ruboricemos cuando alguien nos aplaude o nos halaga. Muchas de nosotras tendemos a atribuir nuestros éxitos a los demás: nos cuesta aceptar interior y exteriormente que somos buenas en algo, o que valemos mucho. 

Por eso si los demás no nos reconocen, nos sentimos insignificantes, poca cosa, incapaces… Para que los demás nos admiren y nos quieran, las mujeres aprendemos a sacrificarnos, a entregarnos de un modo absoluto, y a pensar más en la salud, el bienestar y la felicidad de los demás que en la nuestra propia.  

En la cultura patriarcal, las mujeres nos sentimos culpables y egoístas cuando pensamos en nuestras necesidades o en nuestro placer. Nos enseñan que una mujer de verdad es aquella que piensa más en los demás que en sí misma, una mujer que se entrega sin pedir nada a cambio y sin perder la sonrisa.

Sin embargo, lo cierto es que para poder cuidar a los demás, tenemos que estar bien, sentirnos a gusto con nosotras mismas, y empoderarnos, es decir, confiar en nuestras capacidades y habilidades, y tener una buena percepción de nosotras mismas y de nuestras pequeñas y grandes hazañas.

Por eso es tan importante trabajar la autoestima femenina: aprender a querernos bien a nosotras mismas no solo mejora nuestra calidad de vida, sino la de todo el mundo a nuestro alrededor. Si nos queremos bien a nosotras mismas, podremos querer bien a los demás: el amor es una energía que se mueve en todas las direcciones, y que cuanto más se expande, a más gente llega.

Cuando tenemos una buena autoestima, somos capaces de querernos a nosotras mismas, y de aceptar nuestras imperfecciones. Si nos conocemos bien, y apreciamos nuestra valía, dejamos automáticamente de compararnos con las demás y comprendemos que somos seres únicos, y que somos humanas.

Si aprendemos a aceptarnos tal y como somos, y si nos centramos en aprender a querernos bien a nosotras mismas, podríamos acabar con las torturas y auto-castigos porque pensaríamos más en nuestro bienestar que en la opinión de los demás. No nos sentiríamos tan presionadas a cumplir con las expectativas ajenas o los mandatos de género: pensaríamos más en nuestro derecho al placer, a disfrutar del tiempo libre, a hacer lo que más nos gusta.

Elevar nuestros niveles de autoestima nos permitiría delegar y compartir responsabilidades con la pareja, y con el resto de los miembros de la familia: aprenderíamos a trabajar en equipo sin hacer tantos sacrificios personales, y sin hacer tantas renuncias: compensaríamos la balanza entre las obligaciones y los placeres, y estando más contentas, nuestro entorno también se verá beneficiado.

Tu pareja, tus compañeros y compañeras de trabajo, tus hijos e hijas tendrán una madre con más salud mental, física y emocional, con menos preocupaciones, sin sentimientos de culpa y frustración, sin decepciones con una misma por no estar a la altura. No llegar a todo no nos generaría tanta insatisfacción y malestar: seríamos más comprensivas con nosotras mismas, viviríamos más relajadas, y por tanto, tendríamos más energía para disfrutar de la vida. 

Quererse bien a una misma: todo son ventajas.



Coral Herrera Gómez 


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25 de septiembre de 2016

Se vive mejor sin religiones del amor


En el trabajo que llevo a cabo con mujeres de toda España y América Latina en el Laboratorio del Amor, trabajamos mucho el tema de las nuevas formas de querernos, y en concreto hablamos mucho de las relaciones abiertas, el anarquismo relacional, la agamia,y el poliamor. Algunas lo están disfrutando mucho, especialmente las que ya eran poliamorosas antes de leer sobre el tema, las que nunca disfrutaron  en relaciones cerradas con pactos de fidelidad rígidos, las que se han atrevido por fin a relacionarse como siempre habían soñado: sin miedos, sin culpas, sin normas ajenas.
Sin embargo, muchas otras están llevando a cabo un esfuerzo titánico para convertirse en poliamorosas, y se preguntan si este esfuerzo merece la pena. Unas han llegado a la poliamoría de la mano de sus parejas masculinas, y otras han  llegado leyendo y debatiendo con amigas o en asambleas o foros virtuales. Sin darnos cuenta, casi todo el mundo mitifica la poliamoría como la práctica amorosa ideal que acabará con el sufrimiento, las mentiras, las peleas, las luchas de poder, la infidelidad, la violencia romántica.. y sin embargo al vivirlo nos damos cuenta de que las nuevas religiones del amor pueden ser tan tiranizantes como las antiguas. 
Casi todas coincidimos en que la fase teórica es lo mejor: hablar sobre relaciones abiertas es liberador y transgresor, y no es difícil entusiasmarse con esta forma de amar que nos liberará del patriarcado para siempre. Lo difícil es llevar la teoría a la práctica, porque la mayor parte de nosotras carecemos de herramientas para gestionar nuestras emociones: no nos han enseñado a manejarlas, y no podemos obligar al cuerpo a no sentir. Se  requiere de mucho tiempo y entrenamiento para cambiar nuestras estructuras emocionales: no se pueden borrar siglos de patriarcado de un plumazo.
Lo ideal sería encontrar la fórmula mágica para convertirnos en poliamorosas de la noche a la mañana, pero eso se les da mejor a los chicos, que llevan siglos simultaneando relaciones y ahora pueden hacerlo a la luz del día, sin mentir, sin sentirse culpables y sin miedo a que les descubran. 
En nuestro análisis colectivo hemos descubierto que la poliamoría puede ser tan patriarcal (o más) que la monogamia, y que por lo tanto la poliamoría tiene que ser feminista para que sea revolucionaria, y para que podamos disfrutarla nosotras también. Durante siglos y siglos hemos tenido que reprimirnos, mentir y jugarnos la vida para poder tener varios amores. Cuando nos han descubierto, los castigos han sido, y siguen siendo en muchos países del mundo, extremadamente crueles: se nos etiqueta como adúlteras, y luego se nos dilapida, se nos quema vivas o se nos tortura hasta la muerte.  
En el mundo desarrollado, sin embargo, ahora la imposición viene del lado contrario: lo que mola y lo que se lleva ahora es ser poliamorosa, y si no lo eres puedes ser etiquetada como una antigua, una conservadora o aún peor, una mujer machista que no se abre a las tendencias más "transgresoras". 
Como la mayoría quiere evitar estas etiquetas, nos adaptamos a las modas del amor y muchas veces nos machacamos tratando de seguir con fidelidad los nuevos esquemas y modelos amorosos. Lo hacemos para que la manada y la tribu nos acepten, pero también para que nos quieran y nos elijan como pareja. 
Sin embargo, someternos a las nuevas normas duele, porque no es nada fácil hacer la transición desde el romanticismo tradicional y monógamo al romanticismo poliamoroso y abierto. De hecho, puede llegar a ser una tortura que nos machaca la autoestima y la salud emocional, porque no toda la gente que practica el poliamor sigue una ética poliamorosa. Hay mucha gente cruel que miente, que no cuida a sus compañerxs, que hace daño para alimentar su Ego, que jerarquiza y minusvalora a sus amantes para reafirmarse y demostrar su poder y su capacidad de seducción.

Pensando sobre todo esto, nos dimos cuenta de que entonces es fundamental cuidarse a una misma, no permitir que nadie nos haga daño, no traspasar los límites propios, no tener miedo al "qué dirán". Es importante, pactar con una misma, respetar los acuerdos, conocerse bien, saber qué es lo que nos hace bien y lo que no, y querernos tanto como queremos a las personas con las que nos relacionamos. Es importante, también, tener la libertad para cambiar de opinión, para atrevernos o para quedarnos donde estamos: el poliamor no es la salvación, ni es la solución a todos los problemas del amor patriarcal. 
Otra conclusión a la que hemos llegado juntas es que la monogamia es una forma de relacionarse como otra cualquiera y que forma parte de la diversidad sexual y amorosa. Es decir, la monogamia ha de ser una opción libre que cualquiera de nosotrxs pueda elegir. Finalmente, sucede lo mismo que con la poliamoría: la monogamia ha de ser igualitaria, feminista y diversa. 
Todos los modelos amorosos se pueden desmitificar y despatriarcalizar.  En el Laboratorio vamos viendo que no merece la pena sufrir ni sacrificarse para alcanzar el paraíso del poliamor. Al mundo de las relaciones abiertas se ha de llegar disfrutando, sin imposiciones externas o internas, sin mitos ni normas que nos obliguen a adaptarnos al modelo hegemónico poliamoroso. 
Lo bueno de la poliamoría es que podría llamarse de otra manera, y puede vivirse y practicarse como a una le apetezca, de la manera en que a una le convenga, customizando o personalizando la experiencia como deseemos. Esto es practicar el feminismo desde una misma: sentirse libre para elegir, para entrar o salir, y para construir nuestros vínculos desde donde queramos.  
Hemos descubierto que no hay que culpabilizarse si una no es tan poliamorosa como las demás, que no pasa nada si no podemos tener varias relaciones a la vez, que no tenemos porqué torturarnos reprimiendo las emociones o tratando de disimularlas pensando en que nos van a juzgar y a etiquetar con los términos más abyectos (antiguas, mojigatas, estrechas, conservadoras, reaccionarias, patriarcales).
Hay que ser valienta y no tener miedo a las opiniones de la gente. Lo que de verdad es transgresor es disfrutar de tu vida sin pensar en los demás, sin seguir las modas, sin someterse a normas ajenas. Para las chicas del Labo, al final lo importante es sufrir menos, y disfrutar más del amor. 

Si sufres tratando de adaptarte a un nuevo esquema, no merece la pena hacer tanto esfuerzo: es legítimo intentarlo y abandonar, es legítimo probar otras formas de quererse, y es válido negarse a someterse a las nuevas o a las antiguas religiones del amor
Es importante reivindicar nuestro derecho a ser poliamorosas y a dejar de serlo cuando nos apetezca, pues nunca somos las mismas, cada pareja es un mundo, cada etapa de nuestras vidas es diferente, y lo que te apetece en un momento puede no apetecerte en otro. 
Por eso la etiqueta "poliamorosa"  debería ser como una prenda de vestir: me la pongo o me la quito cuando me apetezca, y no soy mejor o peor persona. Sigo siendo estupenda amando de una manera o de otra: lo importante es sentirnos completamente libres a la hora de relacionarnos y de construir nuestros vínculos con lxs demás.
Lo mismo sucede con la heterosexualidad: si es lo que me sale del coño y del corazón, no me hace menos feminista el amar y follar con hombres deliciosos. Si no es impuesta, la heterosexualidad es una opción tan transgresora como otra cualquiera: las lesbianas no son más feministas que las heteros. 
Quien esté libre de patriarcado, que tire la primera piedra. El patriarcado afecta lo mismo a gays, trans, lesbianas y heteros, por eso es tan importante hacer autocrítica amorosa continua, y por eso es tan importante cuestionar cualquier estructura amorosa, emocional, sexual y sentimental.
Todas las religiones y modas del amor pueden ser analizadas, repensadas, desmitificadas, despatriarcalizadas y desmontadas. La poliamoría es una liberación y un espacio de gozo para la gente poliamorosa, pero puede ser un infierno para la gente que no lo es. Por eso hay que probar y ver cómo nos sentimos, si es o no para nosotras, si nos apetece quedarnos un tiempo o para siempre, si nos sentimos nosotras mismas, si estamos a gusto, si tenemos la suerte de encontrarnos con gente linda en el proceso. 
Lo esencial para amar con alegría es poder ir más allá de las etiquetas, no arrodillarnos frente a las religiones del amor (las tradicionales o las nuevas), y sentirnos libres a la hora de elegir con quién y cómo queremos amar. Esto es el feminismo diverso: poder construir la estructura amorosa que queremos cada una, porque todas las formas de quererse son igual de válidas. Lo importante es vivirlas libremente y poder disfrutarlas.
Coral Herrera Gómez

Si quieres saber más sobre el Laboratorio del amor, visita mi web: 
laboratorio del amor final - TEXTO 3

12 de septiembre de 2016

El Bestia y la Bella, el mito





El cuento de la Bella y la Bestia está basado en la idea de que si eres una mujer con paciencia y capacidad de aguantar menosprecios, malos tratos y violencia, al final obtendrás tu recompensa. La moraleja es que si le das mucho amor a la Bestia, al final se convierte en Príncipe Azul. Y es que la Bestia no es un tío agresivo y violento por naturaleza, sino porque es víctima de un hechizo. El hechizo se deshace con un beso, y así por fin "la que todo lo aguanta", puede ver su sueño hecho realidad: él por fin cambia. Dejará de pegarla, dejará de insultarla, dejará de controlarla y ella podrá volver a ser libre y feliz a su lado. 

Si, el violento te secuestra, te viola, te escupe, te golpea, te mata, pero es porque te quiere mucho y no sabe cómo demostrártelo. El Bestia es un pobre monstruo que ha sufrido de pequeño y que como no tiene herramientas para gestionar sus emociones, cuando se enoja o se siente mal, te maltrata. Luego te pide perdón y te promete que cambiará, y la Bella por supuesto le cree, y le da mil oportunidades: ella además de bondadosa es una ingenua que se aferra a la idea de que él cambiará y podrá quererla bien algún día. 


Esta es una de las razones por las cuales las víctimas de violencia de género se quedan junto a sus maltratadores: creen que ellos son víctimas que algún día cambiarán. Las películas de Hollywood están constantemente mitificando e idealizando a los machos violentos como seres muy sensibles que han sufrido mucho y que están mutilados emocionalmente por algún trauma del pasado (su novia les traicionó y les abandonó, su esposa se murió en un accidente, etc) 


Las mujeres que salen en las películas se sienten atraídas por ese corazón de piedra y todas quieren ablandar y derretir sus muros defensivos. Quieren protegerle, cuidarle, y devolverle la fe en la Humanidad. Ellas creen que con su entrega y su capacidad de sacrificio, ellos volverán a creer en la fuerza del amor, y podrán abrir su alma a la otra persona para fusionarse románticamente con ella. 


El resultado es que a las mujeres de carne y hueso nos da mucha ternura encontrarnos con estos machos mutilados emocionalmente, y nos ponemos en el papel de las salvadoras: yo le daré tanto amor que al final cambiará, y seremos felices como en los cuentos de hadas.  


También las películas para niños y niñas lanzan el mismo mensaje: si te dejas maltratar, serás recompensada. Por ejemplo, en Frozen: la hermana mayor maltrata y desprecia a la hermana pequeña durante toda la película, hasta que al final también un beso deshace el hechizo que amargó el carácter de "la pobre" Elsa, una sádica que no nació con el corazón de hielo, sino que un hechizo la convirtió en un ser frío y cruel.  La pequeña Ana aguanta y su amor es completamente masoquista: yo la quiero aunque no me deje acercarme, yo la quiero aunque ella no me quiera, yo la quiero y espero que algún día se compadezca de mi y me quiera también. 






En los cuentos y las películas, los maltratadores nunca reconocen su problema, ni piden ayuda, ni se lo trabajan para poder dejar de ejercer violencia sobre las mujeres. Su problema siempre se resuelve mágicamente, en un abrir y cerrar de ojos, sin terapias de ningún tipo: es una especie de milagro, por eso en la vida real muchas mujeres creen que también sus parejas algún día pueden cambiar de la noche a la mañana. 


El mensaje que tenemos que lanzar para los maltratadores es que las mujeres no son objetos, no son su propiedad privada, y no se merecen ser tratadas como seres inferiores. No hay excusas que justifiquen su crueldad, tienen que aprender a resolver los conflictos sin violencia, y si no saben cómo hacerlo, han de pedir ayuda profesional y trabajarselo mucho para no dañar a la gente que les quiere.  


No es un tema individual, sino colectivo: para poder acabar con los malos tratos y la violencia contra las mujeres, tenemos que acabar con la desigualdad y el machismo, tenemos que acabar con la pobreza y la dependencia económica, tenemos que introducir la educación sexual y emocional, y los valores del feminismo para que los niños aprendan a relacionarse con respeto y con amor. 


También tenemos que introducir muchos cambios en nuestra cultura amorosa: acabar con la mitificación del macho violento y con el victimismo femenino, dejar de ensalzar el sadismo masculino y el masoquismo romántico femenino, y  desmontar la idea de que "quien bien te quiere te hará llorar", "del odio al amor hay un paso", o "los que más se pelean son los que más se desean". 


Los medios de comunicación y las industrias culturales pueden hacer mucho para eliminar el machismo y acabar con la violencia en todos los cuentos, películas, canciones y series televisivas. Los mensajes que podemos lanzar son simples y sensatos: si te pega, no te quiere. La violencia no es una prueba de amor. El secuestro, los insultos, los desprecios, las amenazas, los castigos, las humillaciones, los abusos sexuales dentro y fuera de la pareja, no son una demostración de amor. 


Quien te quiere bien, no te hace llorar: te cuida y te trata con cariño. Podemos desaprender el romanticismo patriarcal y aprender a querernos bien, podemos sufrir menos, y disfrutar del amor. Otras maneras de amar son posibles...


Coral Herrera Gómez





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9 de junio de 2016

Pasiones españolas: construcciones del amor romántico heterosexual. De la copla al pop estatal. Coral Herrera Gómez



Otras canciones románticas son posibles

La mayor parte de nuestras canciones siguen exaltando la violencia pasional, las guerras románticas, la necesidad de venganza cuando nos rompen el corazón, la sumisión erótica de la mujer, el asesinato de mujeres, y el sufrimiento femenino como muestra de amor verdadero. Pero muchas de nosotras estamos hartas de dramas alemanes, tragedias griegas, culebrones latinos, y sufrires eternos, y reivindicamos nuestro derecho a disfrutar del amor. Queremos otras canciones, otros romanticismos, otros finales felices, otras formas de querernos.

Existen muchas canciones que rompen con la tradición romántica del amor como una prisión o una enajenación mental que te limita y te ata al ser amado. Canciones maravillosas como la de Silvio Rodríguez: “Yo te quiero libre, libre de verdad, libre como el sueño de la libertad… “.

Necesitamos poner de moda canciones e historias de amor que rompan con la ideología hegemónica que atraviesa nuestra cultura amorosa: poesía que rompa con la propiedad privada y la exclusividad en la pareja, con las jerarquías, el sadomasoquismo romántico y las luchas de poder. Tenemos que reivindicar una música que no perpetúe los estereotipos y los roles de género, y que reivindique la diversidad sexual y amorosa de nuestra realidad cotidiana. Necesitamos canciones que canten más al amor y menos al desamor, y que sean capaces de ampliar nuestro concepto de “amor” mucho más allá de la pareja monógama en edad reproductiva.

La música es un motor de transformación, igual que el amor. Con música podremos visibilizar y crear otros modelos de relación, otras tramas, otras historias, otros protagonistas que en lugar de emplear la violencia para resolver sus conflictos, tengan herramientas para quererse bien, para respetarse, para cuidarse mutuamente, y para separarse con cariño.

Es fundamental que revolucionemos nuestro arte, nuestra música, nuestros relatos y nuestras representaciones a la vez que transformamos el mundo de los afectos, la sexualidad y el erotismo, las emociones y los sentimientos. Tenemos, también, que reivindicar nuestro derecho al amor y trabajar para que todo el mundo pueda unirse independientemente de su género, su orientación sexual, su clase social, su profesión, su edad, o su ideología.


Tenemos que cantarle al amor colectivo, a la ternura social entre los barrios y los pueblos, a otras formas de quererse alejadas de la ideología patriarcal y capitalista que nos hace sufrir tanto. Tenemos que dar espacio a los músicos y músicas, a la gente que compone y que canta otras historias de amor que nos muestren la riqueza del mundo en el que vivimos: hay muchas formas de juntarse y organizarse, y no tenemos por qué seguir cantando eternamente la misma canción.


Coral Herrera Gómez 


Índice de canciones analizadas en el artículo

-         Y sin embargo te quiero. Concha Piquer
-         Y sin embargo te quiero. Joaquín Sabina
-         Tentación. José Luis Perales
-         Corazón Loco. Bebo y El Cigala
-         Mi amor secreto. Lola Flores
-         Sin ti no soy nada. Amaral
-         Un hombre de verdad. Alaska
-         Con una mirada. Marta Sánchez
-         Como yo te amo. Rocío Jurado.
-         Si tú me dices ven. Los Panchos
-         No controles. Mecano
-         No soy esa. Mari Trini
-         Me gusta ser una zorra. Las Vulpes
-         Que te den. Amparo Sánchez
-         Quisiera amarte menos. Martirio
-         Todo cambia. Mercedes Sosa
-         Malo. Bebe
-         El ramito de violetas. Cecilia
-         La Zarzamora. Isabel Pantoja
-         Juana Peña. Mártires del Compás
-         Tatuaje. Concha Piquer
-         Ingrata. Café Tacuba
-         Matalás. Alejandro Fernández
-         Olvídame y pega la vuelta. Pimpinela.
-         Teatro. La Lupe
-         Rata de dos patas. Paquita la del Barrio
-         Yo te quiero libre. Silvio Rodríguez
-         La mujer que al amor no se asoma…
-         Déjate querer.




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